Quinta do Infantado, un nuevo Douro

vinas de quinta do infantado
vinas de quinta do infantado

Botellas de Quinta Do Infantado

Fundada en 1816, la bodega Quinta do Infantado debe su nombre al infante Dom Pedro heredero del rey Dom Pedro IV de Portugal y I de Brasil. A día de hoy, lleva más de cien años en manos de la familia Roseira, o los Roseira de Covas do Douro como se les conoce. Familia muy arraigada a la tradición vinícola de la zona, tiene sus viñas en el valle de Gontelho; 45 hectáreas plantadas en laderas escarpadas de esquisto, uno de los mejores terroirs de la Denominación de Douro.

Denominación que debe su creación a los vinos de Porto. ¡Op! ¿Que fue primero el vino o la Denominación?

Vamos por partes. El vino de Oporto tiene un origen curioso. Sí, puede que tu cuñado te haya dicho que fue cosa de los ingleses, y no. Esta es una apreciación falta de rigor. Desde el siglo XV existía lo que denominaremos la coalición anglo-portuguesa. Ambos países tenían unos tratados de mercaderías y ciudadanía. Entre estos tratados estaba el comercio del vino, un comercio que se ve favorecido en 1667 cuando un tal Colbert, primer ministro del rey Luis XVI de Francia, no tiene otra cosa a hacer y se pone a restringir las importaciones inglesas a Francia. Evidentemente esto cabrea a Carlos II de Inglaterra que aumenta los derechos sobre los vinos franceses y más tarde prohíbe por completo su importación.

Pero no nos adelantemos. Justo antes del “ColbertGate” los ingleses gozaban de los vinos portugueses, hechos la mayoría por la zona del Minho. Vinos tranquilos y livianos a causa de una climatología en la que predominaban más las lluvias y menos los días cálidos. Volvamos ahora al 1703. Han pasado los años desde Colbert, y aparece en escena el tratado de Methuen, que consistía en aliviar los derechos de concepto de los vinos portugueses en Inglaterra, nada menos que un tercio menores que los franceses. Esto propicia un aumento en la demanda de los vinos portugueses. Los comerciantes, ávidos y avispados conocedores de la situación, empiezan a buscar en otras zonas vinícolas para conseguir más vino. Como buenos mercaderes, también se dan cuenta de que los gustos ingleses pasan por un vino algo más rudo o “fuerte” que con el que hasta ahora habían comerciado.

Se interesan entonces por los vinos de la zona de Douro. Calidad, rudeza y la cercanía a través de la desembocadura del río para la salida del transporte marítimo, crean la unión perfecta. Con el tiempo muchas bodegas se situarían en Vilanova de Gaia para la elaboración de estos vinos, lo cual no dejaba de ser paradójico, pues obligaba a transportar la vendimia por el río —hay 80 km desde las escarpadas laderas del Douro y el transporte era imposible—, elaborar y después volver a salir para comerciar. Primer dato curioso: la zona de Douro es una región cálida. En 1820, tras una vendimia calurosa, los vinos salieron con algo de azúcar residual hacia Inglaterra. Cuando llegaron a tierras inglesas habían refermentado. Fue un punto de inflexión para la añadidura de alcohol o encabezado. Otro dato es que los vinos resultantes adoptaron el nombre de la ciudad de Oporto, no el de las escarpadas laderas y el río que los vio nacer. Pero este no es el vino que conocemos hoy, porque su elaboración es un poco diferente, aunque es otra historia que hoy no tocaremos. He aquí por qué los vinos de Oporto no están “creados” por y para los ingleses, si no es más bien una sucesión de casualidades que conforman, hoy en día, uno de los mejores vinos del mundo.

Viñas de Quinta Do Infantado

Tras este apunte histórico continuamos con la familia Roseira. Aunque no nos olvidamos de los vinos de Oporto, por ahora. Al principio, la familia apenas cultivaba la viña. Es Joao Lopes Roseira quien, tras la compra de la Quinta do Infantado, comienza a producir vinos encabezados. Más recientemente, en 1979, los hijos de Joao, Luis y Antonio embotellan en la propiedad un vino que representa un punto y aparte en su historia. Tras una nueva ley de denominación de origen, este vino trasladaba el engarrafamiento por primera vez a una bodega fuera de Vilanova de Gaia. Todo un hito. También es en 1979 cuando se originan los vinos de Douro. “Al principio no se intentaba hacer vino bueno, más o menos sobre los noventa. Cuando apareció Barca Velha de Casa Ferreiriña ahí se empezó a hacer buen vino. Eran como vuestros Vega Sicilia, potentes y con mucha madera. ¡Grandes vinos!”, me explica Joao Roseira. Joao es la última generación a cargo de la bodega en estos tiempos, junto a su primo que se encarga de la enología desde 2015. “Aquí todos somos un equipo, una familia”.

Joao es un tipo menudo, que a simple vista no destaca. Le cuesta alzar la voz cuando habla de sus vinos, no importa si hay uno o cien interlocutores, es así. Pero derrocha pasión, amor e historia cuando esas cuerdas vocales entonan. Da gusto conversar con personas así. “Nosotros tenemos la suerte de hacer los vinos más tarde, empezamos por el 2001, ya se había abandonado la moda del vino muy extractiva, muy maduro y con mucha madera. Me acuerdo que en el 96 fui a ver a Peter Sisseck, ¡qué vinos! Con madera, potentes. Si te fijas, hoy en día ya ninguno hacemos los vinos así. Sus primeras añadas con las de ahora no tienen nada que ver”.

En Quinta do Infantado son unos soñadores con una idea en concreto. Crear vinos que se alejan de las grandes casas. Apuestan por el territorio de su valle. Con los oportos lo han conseguido, apostando por un vino más seco; incluso ahora se atreven a llevar el sello ecológico. Mimo y cuidado a una tierra que como vemos, lleva generaciones aportando uno de los mejores vinos de Portugal. En Pinhao, Gontelho para ser precisos, en esas escarpadas laderas que rodean tan majestuoso río, encuentran su lugar. Alejados de aquellos vinos duros y robustos. Durante años he probado tintos de la zona, con su tradicional Touriga Nacional (nuestra Tempranillo) y Franca, tinta Roriz o Barroca, la Çao o la curiosa Tricadeira. Douro es una expresión de vino diferente a su vecino peninsular. Siempre los considere unos vinos demasiado potentes. Una mezcla entre fruta madura y alcohol. “Piensa que esta zona es toda de pizarra, tenemos mucho calor durante el día y la noche. Como vuestros vinos de Priorat. Las piedras absorben este calor y durante la noche lo siguen emitiendo. Esto hace que la viña madure rápido”, me comenta Joao, mientras le pregunto cómo hace para desenvolverse en ese clima.

Pienso que esto posiblemente es lo más parecido al pasado, no exento de un cierto cambio. Lo cual me indica que aquellos vinos del Douro, eran pura robustez. Asumo la presunción de que Joao hace una revisión de la zona creando un estilo nuevo de tinto. No puedo estar más equivocado. “Cuando yo estudiaba ingeniería agrónoma en la Universidad, siempre se hablaba de los vinos biológicos. Yo no entendía esta palabra. Siempre me preguntaba que era un vino biológico. Recuerdo que cuando estaba acabando los estudios, un hombre, una especie de gurú de lo biológico daba unos seminarios. Era encantador, un tipo genial. Decía que era malísimo dejar un planeta imposible para vivir a nuestros hijos. Con tierras llenas de pesticidas y químicos. Hay que pensar que hasta los años 40, aquí en Douro se trabajaba así, en ecológico. Al final descubrí cual era ese sentido. Si estábamos pisando la uva, engarrafando como antiguo, trabajando la viña como antes. ¿Por qué no lo íbamos a hacer todo como al principio? Así que al final, era volver a hacer los vinos como los hacia el abuelo”. Frescos, fragantes, de tanino pulido y largo recorrido. Tanto en boca como en el tiempo. “Piensa que la añada del BIO que tanto te gusta la 2009 o 2011, ya se hacía en una barrica usada de 5 años. Ahora, tienen que tener más de 10 años porque no las cambio, se siguen utilizando”.