Cuca Gamarra: a Sánchez no se le debe dejar ni respirar

cuca gamarra pp
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Cuca Gamarra, la portavoz del Partido Popular, cuyo nombre propio acepta un apodo, pidió a sus correligionarios este último domingo que a Pedro Sánchez, ella dice Sánchez, no se le debe dejar ni respirar mientras dure en el Gobierno. La respiración es lo último que se debe negar, pero en nombre de la campaña electoral hasta esa metáfora halla el permiso que se dan los candidatos, o sus apoyos, para explicar su desdén por el contrario. 

En el caso de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que es como lo anuncia la presidenta del Congreso cuando lo llama al estrado, o para que se levante de su escaño y le responda a Cuca Gamarra, su nombre propio ha ido desapareciendo hasta ser, casi siempre, Sánchez. La deriva más habitual halla legítimo que él protagonice una corriente, el sanchismo, que usan sus adversarios para explicar que no representa al socialismo, o al Partido Socialista, sino a la zona del éter en la que conviven los apellidos deformados.

El sanchismo es una diana que se expone al gusto del consumidor, y no se pronuncia tan solo para indicar sino como la continuación de otras deformaciones menos admirables del primer apellido del presidente del Gobierno. En las bancadas que no lo quieren ver ni en pintura, sanchismo es una manera de señalarlo como quien ha desnaturalizado su partido, o se ha apropiado de él, para hacer lo que le venga en gana con el poder que adquirió al ser elegido secretario general.

Entonces, cuando lo eligieron, empezaron a negarle el pan, la sal y la sustancia que adorna su nombre propio. Hubo periodistas que empezaron a quitarle, en la prensa escrita, las vocales que tiene la palabra Sánchez, de modo que sonaba así el invento: snchz. Han retorcido tanto lo que es Sánchez en el abecedario de los desdenes que hay un comentarista que ha terminado llamándolo ez. Escrito en minúscula, además, invita al que lo lee a imaginar que la gracia, o la desgracia, que tiene la figura se asocie con lo que peor que podemos imaginar sobre la identidad de una persona que, además, no tiene ni el derecho a la mayúscula.

Esta derivación sucesiva del desdén por Pedro Sánchez como nombre y apellido se ha ido metiendo en el flanco derecho, y ultraderecho, de la prensa y de la radio y de la televisión hasta convertirse en un señalamiento y en un insulto. A Felipe González Márquez lo dejaron en Felipe sus correligionarios, y a lo largo del tiempo llamarlo González, excepto en el caso del libro que le ha dedicado Sergio del Molino (Un tal González, Alfaguara), era una manera de dejarlo al pie de los insultos que lo acompañaron en la última de sus carreras como presidente. 

Aznar ha tenido más suerte y, según se mire, mejor prensa, pues a las vocales y a las consonantes de apellido tan breve, aunque tiene también z, como Sánchez, no se les hizo jamás ninguna trastada. En la nomenclatura ultracontemporánea ni Puigdemont ni Díaz Ayuso ni Feijóo, por poner casos en los que es posible la distorsión a la que se somete al presidente del Gobierno actual, se le han buscado juegos con sus nombres propios o con sus apellidos.

Esta tendencia a burlar el apellido, tan común, de Pedro Sánchez, para convertirlo en un insulto o un apócope, o directamente en una abreviatura que no se corresponde con el respeto que se debe a una persona, es ya como una gracieta nacional contra la que empiezan a levantarse algunas voces porque, como decía William Shakespeare, “un nombre es un nombre es un nombre”, y lo que hay en un nombre propio es tan sagrado como lo que hay en otro nombre propio. 

El juego de palabras, o de letras, para deformar lo que dice un apellido puede valer para aquellos apellidos que van más allá de lo que es pronunciable, pero en el caso del señor Pérez-Castejón, que también se llama Pedro Sánchez, no hay anchura exagerada ni posibilidad alguna de atragantamiento con las letras o con las palabras, de modo que llamarlo como se llama, o como debían llamarlo en el colegio, o en la cancha de baloncesto, debería ser un deber civil, una manera de respeto, que no se le debe negar ni al peor enemigo. El nombre es la respiración de las personas.

Cuando lo llamas ez no te burlas de él, lo ahogas.