Sabedora de las circunstancias en que ha sido elegida, a Liz Truss, nueva líder conservadora y primera ministra en ciernes, no parece que se le escape el hecho de que uno de los primeros grandes sapos que va a tener que gestionar en Downing Street no se llama ‘Brexit’, ‘economía’ ni tan siquiera ‘inflación’, sino Boris Johnson.
En el Reino Unido ponen prácticamente a la misma altura el desafío de controlar el desbocado precio de la energía con la transición necesaria entre ambos liderazgos, pero, en ese delicado equilibrio que tiene que hacer Truss, entran en juego variables tan volátiles como la bajada en las encuestas de su partido y el enorme poder que sigue teniendo Johnson entre sus filas.
No en vano ya se ha valorado incluso la posibilidad de que en los próximos meses los seguidores más acérrimos de Johnson le planteen a Truss una moción de censura para recuperar el control del partido, y eso que la nueva líder todavía no ha empezado siquiera a gobernar.
Por eso, uno de los primeros mensajes después de su victoria de la nueva líder torie ha sido reconocer los éxitos de su predecesor en un intento por acercar posturas públicamente con quienes le apoyan: “Conseguiste el Brexit, derrotaste a Jeremy Corbyn, pusiste en marcha el programa de vacunación y plantaste cara a Vladimir Putin. Eres admirado desde Kiev hasta Carlisle”.
Su alabanza no es casual. Actualmente, y según el último sondeo que se maneja en suelo británico, las encuestas dan diez puntos de ventaja a los laboristas sobre los conservadores. Una ventaja que hacía años que no se veía y que amenaza con romper una década de estancia en el poder de los tories. A ese temor se han agarrado quienes defendían un cambio de rumbo con Truss y a eso también se aferran quienes aún piensan que el único con el carisma suficiente para contener la sangría es el propio causante de la misma: Boris Johnson.
Truss ha descartado ya la posibilidad de adelantar las elecciones generales de 2024 y parece querer arreglar el descosido dentro de su propio partido antes de lanzarse a tender puentes con el resto de la ciudadanía. Para eso necesita tiempo —tiene media legislatura—, y empezar a colocar sus propias piezas para promocionarse, pues, como constató la última encuesta de Ipsos acerca del pulso político en el Reino Unido, Truss está a 16 puntos de la valoración del líder de la oposición, Keir Starmer, y a 14 de la que los votantes otorgan a Boris Johnson.
TRUSS NO RENOVARÁ A BUENA PARTE DE LA PLANTILLA DE JOHNSON
El diario The Times, por ejemplo, apuntaba ya en la jornada de su coronación que, pese a sus buenas palabras, Truss está preparando una purga dentro del personal de Downing Street. Ese equipo que tan mala fama cogió a raíz de las fiestas del llamado ‘Partygate’ y que la próxima primera ministra quiere reducir al mínimo imprescindible. Y, sobre todo, sacudiéndose de encima la influencia en la plantilla del ex primer ministro.
A no ser que haya un cambio de rumbo de última hora, más de 40 personas que trabajaban directamente para Johnson no van a continuar en sus puestos salvo un par de excepciones. La jefa de la oficina del primer ministro, el secretario personal y los asesores en seguridad nacional y política saldrán del número 10 de Downing Street. Continuaría, en cambio, el asesor de política internacional, que trabajó directamente con Truss mientras fue ministra de Exteriores.
Truss tiene pensado hacer esta transición en un momento en el que sabe que Johnson necesita mantener un perfil bajo. Aunque sea de forma temporal. Sobre él pesa todavía el fantasma de la investigación acerca de si mintió o no al Parlamento en cuanto a las fiestas durante la pandemia, y, según el diario The Guardian, es Truss quien tiene la potestad de decidir qué diputado la lidera.
Johnson, que sabe lo que se juega, ha decidido alejarse “de la vida pública por un tiempo”, no acudir a la conferencia del partido conservador del mes que viene y centrarse “en ganar un poco de dinero” antes de volver a la primera línea de la política. Un tiempo que Truss necesita para intentar coger las riendas de su propio partido y del Gobierno para demostrar que puede llenar el vacío dejado por uno de los primeros ministros que más impronta personal han dejado en la vida política británica.