Adnan Oktar, telepredicador con aires mesiánicos, ha sido condenado por encabezar una organización criminal, abuso sexual de menores y prácticas de espionaje
El culebrón más estrambótico de la última década ha finalizado en Turquía. Adnan Oktar, telepredicador con aires mesiánicos, sweet daddy de un grupo de mujeres ensiliconadas hasta el tuétano, presunto escritor prolífico y enemigo acérrimo de la teoría evolucionista de Darwin, ha sido condenado a más de mil años de prisión por encabezar una organización criminal, abuso sexual de menores, prácticas de espionaje y hasta privación de libertad.
«¡Ohhh Adnan, ohhh!», exclamaban sus seguidores presentes en la corte de Silivri -236 procesados, 78 de ellos en prisión preventiva- mientras se anunciaba un veredicto largamente esperado. Oktar, al que académicos de todo el globo, que recibieron en su momento su tocho de papel y hologramas de fieras no evolucionadas titulado Atlas de la Creación, reconocerán por la firma seudónima de Harun Yayha, rompió a llorar frente al juez, según la cadena CNN Türk.
De acuerdo con el mismo medio, la colección de crímenes por los que se le condena incluye ‘espionaje político o militar’, ‘asistencia a la organización terrorista FETÖ -culpada del golpe de Estado fallido de 2016-, ‘siete abusos sexuales de menores acreditados’ o 27 cargos de abusos sexuales más. También de amenazas, privación de libertad, privación del derecho a la educación y obtención de información personal de forma ilegal.
ORGANIZACIÓN CRIMINAL
Adnan Oktar y 13 personas más, hombres y mujeres, recibirán un total de 9.800 años de cárcel y una multa que asciende a las 400.000 liras turcas (unos 44.000 euros). La sentencia, elaborada tras más de 18 meses de juicio y basada en un dosier acusatorio de 4.500 páginas, describe una organización puramente criminal a la que por contra, durante años, se observó condescendientemente, cuando no se le rieron las ocurrencias televisadas de Oktar y sus seguidoras versaccianas. Él las llamaba ‘mis gatitas’.
EL MUNDO conoció al telepredicador una noche de 2013, en un chalé de altísimo standing en la orilla asiática de Estambul. Numerosos hombres jóvenes, todos vestidos de punta en blanco, merodeaban por la planta alta del edificio, profusamente decorado con motivos neoclásicos y flanqueado con banderas de países de herencia túrquica. Abajo, informó un cirujano plástico delegado de Oktar, se hallaban las seguidoras, a las que no permitió ni tan siquiera ver a este periodista.
En cambio, el líder, vestido con un elegante traje blanco, perfectamente engominado y de hablar sosegado, respondió pacientemente a la batería de preguntas que le planteó este periódico. Se presentó como un ideólogo islámico innovador, defendía sus puentes hacia el ecumenismo, la masonería o la ortodoxia judía. Hacía alarde de un machismo exacerbado al describir a las mujeres como «los adornos más bonitos«, y defender la cirugía estética como una forma de «mejorar la obra de Dios».
MANIQUÍES ESTILO VERSACE
Ya por aquel entonces, y aunque él rechazaba hablar de ello, corrían rumores de extorsión y chantajes a chicas. Muchas habían sido supuestamente captadas por hombres atractivos y adinerados -a su vez captados por otras mujeres, llamadas ‘motores’ por la organización- y sometidas a un proceso de integración en la secta, que incluía un lavado de cerebro ideológico y la comisión de todo tipo de prácticas sexuales. Éstaseran grabadas en secreto y usadas contra quienes osaran alejarse o denunciar.
Las elegidas por Adnan Oktar, como una suerte de concubinas, participaban en largos maratones televisivos en su propio canal, A9. Durante las grabaciones, en riguroso directo y con un despliegue de medios inaudito -que testimonia los pingües beneficios de la organización-, el líder ya se enfrascaba en retorcidas discusiones teológicas, ya se dedicaba a elogiar a sus ‘gatitas’ -todas sometidas a múltiples cirugías hasta asemejarse a maniquíes estilo Versace-. Estas le reían las gracias, cantaban o departían.
Este Xanadú particular se vino abajo en julio de 2018, cuando una serie de operaciones policiales por presunto fraude, llevaron a Adnan Oktar y a decenas de sus seguidores a la cárcel. Mientras algunos analistas políticos se preguntaban qué giro político o judicial había permitido acabar con años de aparente inmunidad del telepredicador, la mayoría de medios turcos, más dados a la crónica rosa, dedicaron profusos artículos a mostrar fotografías comparativas de las ‘gatitas’ con y sin maquillaje.