Todos los espacios de gran valor ecológico de España contienen en sus aguas, suelos o sedimentos alguna sustancia contaminante procedente de la actividad humana, algunos de ellos en cantidades «alarmantes» y otros, aparentemente «prístinos», en los que la presencia de residuos resulta «sorprendente».
Así lo asegura en declaraciones a Efe Octavio Infante, responsable del programa de Conservación de Espacios de SEO/BirdLife y director del Proyecto Libera-Ciencia, que, impulsado por esta organización conservacionista en alianza con Ecoembes, acaba de concluir el muestreo de contaminantes en 140 espacios naturales.
En concreto en Áreas Importantes para la Conservación de las Aves y la Biodiversidad (IBA, por su siglas en inglés), que fueron en su día definidas basándose en criterios estandarizados científicos y numéricos y hoy seleccionadas por SEO/BirdLife para conseguir un muestreo lo más homogéneo posible.
El proyecto, en el que ha participado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ha logrado diseñar por primera vez un mapa de la ‘basuraleza’ en España. Teniendo en cuenta el número de muestras tomadas, este mapa refleja de forma «bastante clara» una realidad que permitirá después buscar relaciones con los residuos que se abandonan en el conjunto de espacios públicos naturales.
El responsable del proyecto no quiere adelantar resultados sin que finalice el análisis de los residuos en el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), en Ciudad Real, y en el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), en Barcelona, pero subraya que «hasta ahora, son bastante alarmantes».
Se han encontrado sustancias prohibidas desde hace años, que «persisten en el tiempo más de lo que pensábamos», como metales pesados en lugares de los que ahora «sacamos alimentos que luego van al mercado».
«Y hemos encontrado también componentes que sospechábamos que iban a estar, pero no en esas cantidades y en esos ecosistemas», explica Infante, quien incide en que «algunas muestras recogidas en lugares aparentemente prístinos han arrojado resultados alarmantes, sorprendentes y preocupantes».
Los técnicos han trabajado durante meses en 140 de las 469 IBA pertenecientes a los siete ecosistemas más representativos de España (acuático de interior, agrícola y parameras, bosque atlántico, mediterráneo y de ribera, costero y de montaña).
Y de todas las muestras se han extraído contaminantes químicos u orgánicos: desde restos de insecticidas, medicamentos, plaguicidas o plásticos hasta metales pesados, cuya presencia en el medio persiste durante siglos.
Rafael Mateo, director del IREC, detalla a Efe que «algunos metales forman parte de la propia geología del suelo, como el plomo, cadmio o mercurio, pero a veces provienen de actividades de origen humano, como la combustión, el uso de ciertos fertilizantes, la munición de caza o la propia basura».
«La casuística también puede ser muy variada -subraya- y en el caso del plomo en áreas húmedas, éstas fueron zonas cinegéticas y muestran acumulación de perdigones, que pasan con mucha facilidad a las cadenas tróficas de la aves por la ingesta directa o a otros animales que predan sobre ellas».
En el caso del mercurio, «se transforma en elementos orgánicos más fácilmente transmisibles a lo largo de las cadenas tróficas y biomagnificables», y este metal es muy habitual en las salidas de las depuradoras o cerca de zonas mineras, mientras que el selenio «se incorpora a las aves con efectos adversos en su reproducción, incluso si tiene un origen natural».
Miguel Muñoz, coordinador del Proyecto Libera en SEO/BirdLife, hace hincapié en que los metales pesados constituyen «uno de los principales problemas de contaminación por su escasa metabolización -no se degradan- y porque si una especie ingiere regularmente una cantidad, por pequeña que sea, al cabo del tiempo la dosis puede ser fatal por bioacumulación y afectar a las cadenas tróficas más altas -águilas, osos- por un fenómeno llamado biomagnificación».
Recalca que «una sola colilla contiene cadmio y arsénico, dos metales pesados que generan graves problemas para la flora y fauna del entorno, y cuando entra en contacto con el agua disuelve estos contaminantes».
Para Rafael Mateo, la detección de la contaminación por metales «no es difícil, lo complicado es actuar contra ella, pues puede provenir de una minería de la época romana que se hizo en un escenario en que no había leyes que regulasen la restauración de esos terrenos y ahora no hay nadie obligado a hacerlo y lo tiene que asumir el Estado».
El IREC analizará también la presencia de rodenticidas anticoagulantes (veneno para roedores) en heces de zorro recogidas en las IBA, «que se usan de forma muy amplia en España».
El objetivo del Proyecto Libera-Ciencia es determinar el origen de todos los residuos presentes en las IBA, detectar los puntos calientes de contaminación y plantear medidas correctoras si provienen de la actividad humana o de gestión si se trata de elementos naturales.
Octavio Infante apela al papel de la ciudadanía para frenar el avance de la ‘basuraleza’, así como al compromiso de las administraciones en avanzar en solucione: «Pido a la gente que mire al suelo, se asustará de las cosas que puede encontrar».
Infante reconoce que el volumen de datos que ha generado este proyecto «no es fácil de manejar» y se muestra convencido de que serán muy relevantes para la comunidad científica en aras de ser replicado en otros lugares y entornos.