La temporada de huracanes empieza con muchos sistemas nombrados pero el aire seco procedente del Sahara ha contenido el desarrollo de huracanes fuertes y longevos. Sin embargo se avecinan cambios importantes: la situación en el Atlántico está cambiando, por eso han aparecido Gonzalo y Hanna.
La temporada de huracanes en el Atlántico Norte se prevé significativamente más activa de lo normal, al tener anomalías térmicas positivas en la superficie del mar en buena parte de esta cuenca oceánica. Además, un pequeño episodio de ‘La Niña’ debería debilitar los vientos en altura sobre el Océano Atlántico, lo que resulta favorable para el desarrollo de ciclones tropicales. Un entorno con poca cizalladura y una temperatura de la superficie del mar superior a los 26 ºC resulta especialmente favorable para que una onda tropical o cualquier baja precursora acabe formando un ciclón tropical.
Sin embargo, los vientos en altura y la temperatura de la superficie del océano no son los únicos ingredientes de los que precisa un ciclón tropical para formarse e intensificarse. La humedad de la masa de aire circundante es muy importante y no siempre disponen de ella. Las masas de aire continentales y en especial aquellas que proceden del desierto del Sahara empujadas por los alisios, tienden a limitar la formación de nubes e impedir la convección.
El polvo Sahariano, que a menudo afecta a la Península Ibérica y las Islas Canarias dando lugar a episodios de calima, es un indicador excelente que ayuda a posicionar el aire seco e inhibidor de ciclones tropicales y, como tal, es muy utilizado en las predicciones y seguimiento de estos sistemas.
Hasta ahora la temporada de ciclones tropicales estaba cumpliendo e incluso superando las previsiones que la situaban por encima de la media, habiéndose formado 8 ciclones tropicales hasta la fecha, una cifra muy significativa. Sin embargo, ninguno había resultado especialmente duradero o intenso.
También estas últimas semanas han destacado por las continuas y extensas irrupciones de polvo sahariano sobre el océano, alcanzando incluso el continente americano, donde ha producido episodios de calima poco habituales. Todo este aire seco con polvo en suspensión ha sido el responsable de limitar la actividad ciclónica en el Atlántico tropical. Sin embargo, durante estos últimos días de julio la tendencia es a reducirse y parece que puede tener consecuencias.
La disminución de este aire seco ya está empezando a tener efecto. Hoy están activas dos tormentas tropicales recientemente formadas que han batido récords por su formación tan temprana: Gonzalo y Hanna. Esta última, la octava de la temporada, se ha desarrollado hace apenas unas horas en el Golfo de México y amenaza las costas de Texas, donde puede tocar tierra en pocos días tras ganar algo más de intensidad. Gonzalo, por otra parte, lucha contra ese aire seco aún presente en el Atlántico Central, sin embargo, a diferencia de sus predecesores se mantiene activo en ese entorno y ha ganado algo de intensidad con vientos sostenidos que rondan los 100 km/h.
Por otra parte, son varios los modelos que insinúan que en la recta final de julio podrían cobrar vida nuevos sistemas con potencial de transformarse en huracanes. Esta predicción también responde a una disminución del aire seco procedente del Sahara y, por tanto, a mejores condiciones para el desarrollo de ciclones tropicales en nuestra cuenca. Es por esta razón que la temporada de huracanes puede complicarse durante los próximos días obligándonos a vigilar muy de cerca lo que sucede en el Atlántico.