70 años de la mayor hazaña del fútbol mundial, delante de 200.000 espectadores, con solo un empate Brasil era campeón, la selección cananarinha tenía camisetas donde versaba la frase «Brasil campeón do Mundo», la prensa había publicado titulares a primera página “Brasil Campeão do mundo”, incluso los dirigentes de la FIFA llamaban a la Verde Amarela campeones……….
Brasil empezó ganando con un gol del jugador Friaça en el minuto 2 del segundo tiempo, La Celeste empató por medio de Juan Alberto Schiaffino en el minuto 21, aún así Brasil era campeón, en el minuto 34 Edgardo Alcides Ghiggia se convirtió en el primero de un grupo de solo 3 personas en el mundo en silenciar el mítico Maracaná; los otros fueron Frank Sinatra y Juan Pablo II; y lo hizo marcando el segundo gol de Uruguay en la final conocida como “Maracanazo”.
Pero pocos saben de las anécdotas de esa gran final y de la historia negra que corrieron los integrantes del equipo de Brasil.
Al finalizar el partido y tener que entregar el trofeo; Jules Rimet; el presidente de la FIFA caminaba por el campo del Maracaná sin rumbo hasta que el capitán uruguayo se le puso delante y le dio la mano, fueron unos segundos agónicos por que el dirigente no le entregaba el trofeo, hasta que el jugador charrúa exclamó «¿Me la va a dar o no?», suena a poco probable, suena incluso a ficción pero así pasó, eran otros tiempos y no había un protocolo montado para la entrega de medallas y trofeo como en la actualidad. ¿Por que el presidente de la FIFA hizo eso, se especularon muchas hipótesis, que buscaba algún argumento para no entregarla la lo que siempre se dijo, si fuera así; cosa que creo; podemos pensar que la corrupción que azota a el mayor organismo del fútbol profesional, viene de lejos. Es incluso hasta divertido pensar en ese momento de que con las manos apretadas y el trofeo también apretado en ambas manos, casi como el juguete que había comprado y que le iba a regalar a un niño tuvo que dárselo a otro.
Pero hay varias historias negra detrás de este inolvidable partido y todas son por el trato que recibieron los jugadores del conjunto brasilero a raíz de la final, hoy les contaré una de ellas. La del gran portero brasilero Moacyr Barbosa.
“En Brasil, la pena máxima es de 30 años. He pagado toda mi vida por una derrota” decía Moacyr Barbosa, portero de la selección brasileña que hace 70 años perdió la Mundial ante Uruguay en el Maracaná. Barbosa falleció en 2000, a los 79 años, aún con el estigma de la condena pública por un instante que le persiguió durante décadas, el del Maracanazo. Los hinchas y gran parte de la prensa lo consideraron responsable de aquella derrota, sobre todo por el segundo gol, marcado por el extremo derecha Alcides Ghiggia.
Defenestrado, Barbosa encontró consuelo en la amistad que trabó con los jugadores uruguayos, los verdugos de 1950, y en el cariñoso recuerdo del Mundial que tiene el país vecino, donde recibió un homenaje del Gobierno. Se hizo amigo de Ghiggia, que se disculpaba por el gol que le causó tantos disgustos. “Si hubiera sabido, en aquel momento, que la culpa recaería en un solo hombre, no habría marcado el gol”, se castigaba el exdelantero uruguayo, como señal de respeto por el sufrimiento de Barbosa.
Con la camiseta del Vasco, un club en el que jugó durante más de 10 años, Barbosa ganó seis veces el campeonato carioca. También fue campeón sudamericano con el Expresso da Vitória, en 1948, y paró un penalti en la final. Llegó al Mundial como titular absoluto de la selección, respaldado por el título de la Copa América del año anterior. Pero ni siquiera la idolatría del Vasco impidió que el portero fuera crucificado por haber perdido el primer Mundial organizado en el país. En Río de Janeiro, la gente le paraba por la calle para recriminarle que no hubiera capturado el balón, aunque fuera imposible. Nunca olvidó el día en que, ya retirado, vio que una mujer lo señalaba con el dedo y le decía a su hija: “Ese hombre hizo llorar a todo Brasil”.
Barbosa no tuvo hijos. Pero cuando se fue a vivir a Praia Grande, en la costa de São Paulo, conoció a Tereza Borba y ganó, como ella misma define, “una hija de corazón”, que hoy lucha por preservar la memoria de su padre. “Ningún portero habría podido atrapar ese balón”, dice Borba, destacando la proximidad del disparo de Ghiggia.
Después de transformar su tumba en un monumento conmemorativo y hacer que el Ayuntamiento lo reverenciara poniendo su nombre a una calle, se esfuerza para que Barbosa no sea recordado solo por el Maracanazo. “Necesitamos pasar la página, 1950 ya ha pasado. La verdad es que mucha gente ni siquiera sabe que mi padre existió. Tenemos que recordarle como el excelente portero que fue”.
Aunque le faltó reconocimiento en vida, la admiración de la hinchada del Vasco empieza a convertirse en homenajes. En 2007, en una votación organizada por el periódico O Globo, fue elegido portero del mejor equipo del Vasco de todos los tiempos. El club, que en su galería de ídolos describe que culpar a Barbosa es “una de las mayores injusticias del fútbol mundial”, rindió homenaje a su exjugador el año pasado por el Día del Portero, que se celebra el 26 de abril. Actualmente, los hinchas piden que el nuevo centro de entrenamiento del equipo lleve el nombre de Moacyr Barbosa, en una campaña que abraza su hija. “Barbosa tiene mucho que ver con la historia del Vasco”, dice Borba, refiriéndose a los orígenes del club, que fue uno de los primeros en aceptar jugadores negros y pobres en Brasil. “Por ser negro y por el racismo que sufrió cuando la prensa lo describió como un monstruo, es muy simbólico que sea uno de los mayores ídolos del Vasco”.
Para Barbosa, la atmósfera de fiesta fue el verdadero culpable. Los periódicos aseguraban que los anfitriones, que solo necesitaban empatar, serían campeones. La noche antes de la final, los dirigentes se unieron a la euforia y decidieron sacar a los jugadores de la concentración —en la Casa dos Arcos, aislada de todo el alboroto— para llevarlos al estadio de São Januário, donde autoridades y políticos de varios Estados, como el candidato a la presidencia Cristiano Machado, ovacionaron a los cracs. Se armó tal barullo que no tuvieron tiempo ni de almorzar antes del partido. “Fuimos al estadio hambrientos y nos encerraron en el vestuario del Maracaná como toros. Luego nos soltaron en la arena para enfrentar a los leones”, contaba Barbosa.
A diferencia de otros exjugadores, Barbosa nunca más fue bienvenido en el entorno de la selección. En 1993, cuando Brasil se estaba preparando en Teresópolis para enfrentar a Uruguay, de nuevo en el Maracaná, en las eliminatorias para el Mundial, la comisión técnica le aconsejó que no se hiciera fotos con Taffarel, el portero titular de la selección, para “preservar su imagen”. Pero en 2013, la Confederación Brasileña de Fútbol publicó una nota de desagravio el Día del Portero. “Jugar con el dorsal 1 nunca ha sido una tarea fácil. Las paradas o actuaciones más impresionantes se olvidan de inmediato con cada gol metido o cada disparo que se considera que se puede parar, como le sucedió injustamente a Barbosa, señalado como responsable de la derrota de Brasil ante Uruguay en la final del Mundial de 1950”, rezaba la nota, publicada en la página de la confederación.
El fútbol despierta pasiones, pero sigue siendo un deporte practicado por seres humanos, donde un fallo puede costar títulos, pero también muchos opinan sin saber de lo que hablan y eso hace que se tomen decisiones erróneas que perjudican gravemente a muchas personas, aquí un ejemplo de la estupidez humana y sus consecuencias.