autonomía de los hijos, sosteniendo que lo que realmente marca la diferencia con las generaciones precedentes es el alcance y las características de esta negociación.
De esta forma, en función de los estilos educativos que tengamos o pongamos en práctica en la educación de nuestros hijos, resultarán adultos con determinadas características emocionales.
Los padres actuales
Los jóvenes y adolescentes que comenzaron a cuestionar los estilos educativos autoritarios de sus propios padres, son los que con el tiempo han pasado a ser los padres actuales. La actual generación de padres ha ido cambiando el estilo educativo, a favor de una flexibilización cada vez mayor de las normas y el establecimiento de unas relaciones cada vez más negociadas entre todos los miembros.
En su mayoría han sustituido la norma del «respeto», que regulaba las respuestas de los hijos, entendida sobre todo como obediencia y «temor» a la reacción de sus progenitores, por la «amistad de los hijos», en la que se busca, sobre todo, tener una buena comunicación, fomentar sus potencialidades y capacidades, además de comprender sus necesidades y sus puntos de vista.
Por otro lado, esta evolución también se ha interpretado en términos de permisividad, con una connotación que tiende a ser sobre todo negativa. Hay sociólogos, como Amando De Miguel, que se refieren a la generación actual de hijos como a una «generación consentida», a la que se da todo lo que pide, desde los utensilios propios de la sociedad de consumo hasta la libertad de actuación, incluso para comportamientos que pueden ser nocivos o, por lo menos, de gran riesgo.
En el análisis de los problemas sociales, también es frecuente considerar este tipo de socialización como deficiente, con normas de convivencia contradictorias, ausencia de control y valores ‘light’, que estaría en la base de la difusión de comportamientos desviados, tales como la drogadicción, la violencia juvenil, etc.
(No) imposición de normas y transmisión de valores
Según los últimos estudios sociológicos sobre la familia, hay un consenso generalizado entre las familias españolas sobre la necesidad de educar a los hijos promoviendo sus capacidades cognitivas y, en particular, su capacidad de razonar desde edades muy tempranas.
Este objetivo está asociado, no solo con el desarrollo de su inteligencia y de su propia personalidad, sino también como herramienta para la convivencia social y, sobre todo, para la convivencia familiar. Y es que la socialización quiere lograrse de forma que las normas sean comprendidas y aceptadas por convicción e identificación, y no por pura imposición de los padres.
De ahí también que haya un consenso generalizado sobre la conveniencia de incluir a los hijos en todas las decisiones importantes de la familia, y no simplemente hacerles partícipes de las decisiones tomadas por los padres. Los hijos se consideran personas capaces de razonar y aceptar normas y limitaciones a su voluntad individual para lograr el bienestar y la armonía en la convivencia.
Se trata de la dimensión democrática de la forma educativa. Prácticamente, todas las familias de hoy han dejado de creer en que las normas se imponen por encima de todo y a cualquier precio. Esta búsqueda de legitimidad de la autoridad de los padres no implica, sin embargo, que no se deba considerar el papel importante de la disciplina y la aplicación de premios y castigos totalmente necesarios en el proceso educativo.
Respecto a la transmisión de valores ésta discurre a través de multitud de vías, unas veces con plena conciencia de los padres de lo que quieren transmitir; otras, las más, sin que padres e hijos sean conscientes de ello.
Así, los valores se transmiten a través de las respuestas o comentarios que los padres hacen a multitud de preguntas, comportamientos, opiniones o actitudes de sus hijos, de los amigos de sus hijos, de los vecinos, familiares, etc.
También se transmiten a través de los comportamientos que explícitamente se promueven en los hijos, de los premios y castigos que se utilizan, además de las visiones del mundo que los padres presentan a sus hijos.
Y, la más importante, los valores se transmiten también a través de los propios comportamientos, gestos y actitudes de los padres, que son observados, imitados y/o interpretados, normalmente de forma inconsciente por los propios hijos.
Los niños no son adultos en miniatura
Una dimensión muy importante dentro de la educación de nuestros hijos es enseñar unos saludables y adecuados hábitos de vida. Cada vez los jóvenes se inician antes en consumo de drogas, en la sexualidad… Cómo no tener en cuenta la obesidad infantil, que posteriormente lleva en muchos casos en la adolescencia a los trastornos de alimentación.
Hace tres décadas el sociólogo Neil Postman ya alertó sobre lo que él denominó ‘la desaparición de la niñez’. Postman define la niñez, no como una etapa biológica, sino como un ‘artefacto social’: la oportunidad que brinda la sociedad a sus menores para que no se vean obligados a vivir como adultos durante cierto periodo de sus vidas.
El resultado son niños que, a edades muy tempranas y con el acceso a Internet y las redes sociales, manejan los ‘secretos’ de la cultura (la pornografía, la violencia…) como si fueran adultos, pero sin la madurez que se presupone en un adulto, con todo lo que ello implica…
Casi 30 años más tarde, nos parece normal que se vendan zapatos de tacón y maquillaje para preadolescentes, o que los niños quieran ser adultos cuanto antes, o que los adultos quieran ser como niños. Oímos que la delincuencia juvenil va en aumento, y no es raro escuchar en las noticias que un niño ha protagonizado un crimen o que algunas de las modelos y actrices mejor pagadas del mundo son adolescentes.
Debemos preservar la inocencia y candidez de la infancia. Si no lo hacemos, estamos abocados a construir una sociedad de adultos vulnerables y débiles.