Krystina Tsimanouskaya tiene miedo por sus padres. Primero temía por su propia seguridad cuando su propio país le obligó a abandonar los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 por haber criticado a la Federación bielorrusa públicamente. Tras conseguir asilo casi a las puertas del avión en el que debería haber regresado contra su voluntad y haber obtenido el visado polaco, ahora la velocista espera que a sus padres «no les pase nada malo» como consecuencia de la valiente decisión que la joven, de apenas 24 años, tomó para evitar posibles represalias al regresar a su país.
Ella misma aseguró que en Bielorrusia posiblemente la puedan «meter en la cárcel» y que no tiene miedo de que la echen del equipo nacional, sino que teme por su seguridad. Ahora está en juego la de sus padres, aunque explica que ya ha hablado con ellos y que le han dicho que «están bien».
Polonia también ofrece asilo a su marido
Respecto al tiempo que permanecerá en el país que le ha otorgado el visado humanitario -Polonia-, no se sabe cuánto tiempo estará allí, aunque sí ha asegurado que tomará una decisión pronto con su marido, que también ha conseguido el visado y que tiene pensado marchar al país vecino en los próximos días. Además, no volverá a Bielorrusia hasta que «no esté convencida de que allí estaré a salvo».
Lo que tiene muy claro es que no tiene pensado dejar de competir y asegura que seguirá entrenando junto a su marido, que ha sido su entrenador en los dos últimos años: «Cuando venga a Polonia intentaré continuar entrenando con él». Confía en que estos no hayan sido sus últimos Juegos Olímpicos y hará todo lo posible para «seguir en forma y continuar mi carrera».
El gobierno de Minsk justificó su retirada por «la inestabilidad emocional y psicológica» de la velocista, algo que Tsimanouskaya negó rotundamente y aseguró que «no la había visto ningún médico» para que esas declaraciones pudiesen ser ciertas.
Una decisión a «las puertas» del avión
Una llamada de su abuela fue la que puso en alerta a Tsimanouskaya. Cuando su familia se enteró de lo que estaba ocurriendo, no dudaron en advertirla: «En ningún caso hables con nadie del gobierno de Bielorrusia».
Ella ya había sentido las presiones por parte de uno de los miembros del Comité Olímpico Bielorruso, que se llegó a acercar, según ella a espiar lo que estaba escribiendo en su teléfono móvil, y le ordenó que no se comunicase con ninguno de sus familiares. En ese momento, la atleta lo tuvo claro. Debía pedir asilo y confiar en que otro país entendiese la gravedad del problema.