Somos una combinación genética de ambos padres, pero hay algo que te hereda exclusivamente tu mamá

En mayo, en algunos países se celebra el Día de la Madre, en otros se festeja en otros meses, pero sin importar la fecha o las razones que impulsaron esta conmemoración no está mal tomar un día para recordar la importancia que tienen las madres en nuestras vidas.

Por supuesto que todos existimos porque tenemos una madre y por supuesto un padre: somos la combinación genética de dos individuos.

Pero hay algo que todos tenemos que solo le debemos a nuestra madre: las mitocondrias de nuestras células. 

Fábricas de energía celular

Dentro de cada célula existen unas estructuras llamadas mitocondrias, que son como unas pequeñas fábricas químicas, encargadas de producir energía.

Lo que hacen estos organelos celulares es producir moléculas de ATP: el compuesto que todas las células pueden aprovechar para transformar en energía, y así llevar a cabo sus diferentes funciones.

Estas centrales de energía celular surgieron en algún momento de la evolución, muy probablemente de una combinación de dos células, quedando una dentro de la otra.

Así, la célula “huésped” ayudaba a obtener energía a su anfitriona, mientras que estando ahí dentro tenía un ambiente estable y adecuado para sobrevivir, en una relación de convivencia que en biología se llama simbiosis.

Por eso, a la explicación de cómo aparecieron las mitocondrias en las células se le llama teoría endosimbiótica.

Madre solo hay una

Las mitocondrias no solo son muy importantes por su función de producir ATP en las células, sino que son también un tipo de organelo celular muy particular, porque contienen material genético.

Cada una de nuestras células en su núcleo contiene cromosomas: las estructuras en las que se organiza el ADN, que contiene la información genética que nos hace ser quienes somos.

Ese ADN es una herencia combinada: una mitad proviene del óvulo y la otra mitad del espermatozoide.

Pero pasa algo muy diferente de con el ADN mitocondrial: los espermatozoides sí que tienen mitocondrias -las necesitan tener energía suficiente para moverse-, pero están casi todas localizadas en su “cuello”, no en la “cabeza” que es lo que fecunda al óvulo.

Incluso si entran algunas mitocondrias paternas al óvulo terminan siendo destruidas en el proceso de la fertilización e incluso durante la formación del embrión.

Así que las mitocondrias que existen después de la fecundación vienen todas del óvulo: y entonces todo tu ADN mitocondrial se lo debes a tu mamá.

Eva mitocondrial

El ADN mitocondrial de nuestras células es una molécula de ADN circular y relativamente pequeña.

Las mitocondrias se copian en un proceso en el que se dividen a la mitad, llamado fisión binaria, muy similar a lo que hacen muchas bacterias

En este proceso el ADN mitocondrial se replica: así es como todas las células que tenemos a lo largo de nuestra vida siguen teniendo esa pequeña parte de información genética que nos heredó nuestra madre.

Como este ADN que tiene las mitocondrias no se combina, como pasa con el ADN del núcleo celular, es muy útil para estudiar genética de poblaciones y los procesos evolutivos.

Así las mitocondrias son una forma de rastrear la herencia genética por la línea materna de los seres humanos.

Con eso hemos encontrado algo que se llama Eva mitocondrial: el ancestro común más reciente de todos los seres humanos.

Esta Eva mitocondrial sería así como la madre más antigua de la humanidad: sabemos que ella habría vivido en algún lugar en el sureste de África hace unos 200,000 años.

Así que tal vez es un poco tarde para desearle feliz Día de la Madre a esa Eva mitocondrial, pero seguro si tienen la oportunidad puedes decirle a su mamá: “gracias por mis mitocondrias”.