La compañía castellano-manchega, Producciones 099, lleva al espectador, con este estreno absoluto en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro y dirigido por Fredeswinda Gijón, a introducirse en la piel de las protagonistas
“Francisca” es un grito de denuncia hacia la violencia de género, una voz para todas aquellas mujeres que han sido y son maltratadas física y psicológicamente a través de un texto desgarrador que narra la historia de Francisca Pedraza, natural de Alcalá de Henares y primera mujer que consiguió ganar una demanda de separación en el año 1600 tras ser maltratada durante años por su marido Jerónimo.
La compañía castellano-manchega, Producciones 099, lleva al espectador, con este estreno absoluto en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro y dirigido por Fredeswinda Gijón, a introducirse en la piel de las protagonistas en una obra donde el relato de Francisca de Pedraza se une al testimonio de muchas otras mujeres víctimas de violencia de género en una combinación del curso de los acontecimientos con una pantalla proyectada sobre el escenario que pone voz a ellas, a la experiencia, en una manifestación a la libertad.
Sobre el escenario, una puesta en escena sencilla a cargo de Nadia Torrijos: un vestuario discreto, propio de la época, y un decorado simple: apenas una mesa, un libro, y en alguna ocasión un par de sillas y dos almohadillas de encaje de bolillo; que reflejan un detalle mínimo, un complemento superfluo de la obra que deja importancia al elemento fundamental: la denuncia, la naturalidad y las voces de auxilio, elementos que alternan la trama con las cuerdas de una guitarra que entona Silvia Nogales.
La historia de “Francisca” lleva los hechos a una localidad manchega en pleno siglo XVII donde una joven vividora, curiosa e inocente se ve dentro del matrimonio de forma obligada, rápida y siendo aún una niña que acaba en manos de Jerónimo, interpretado por Manuel Moya, un hombre con el perfil íntegro de maltratador que con el paso de los años la lleva a un infierno de palizas, violaciones y maltrato emocional en el que, Francisca de Pedraza, encarnada por Carolina Lapausa, lucha incansablemente por salir y hacer justicia hasta conseguir, tras muchos intentos, una demanda de separación y una orden de alejamiento.
A Francisca le dicen sus allegados “más vivir y menos soñar”, pero Francisca se ve obligada a convertir sus sueños en un refugio mental y emocional donde transforma su realidad en mar, olas y vida a través de la imaginación para crear una vía de escape que la aleje del dolor y los golpes.