Como casi siempre y, desgraciadamente con una mayor intensidad en estos últimos meses, nuestro país y, por supuesto la provincia de Cuenca, nada a contracorriente, reacciona tarde a los problemas y se encuentra sumida en unos debates y problemas que nuestros vecinos de otros países, por suerte para ellos, ya superaron con creces hace tiempo con una envidiable clarividencia y perspectiva de lo que supone apostar por el desarrollo y el futuro.
Celebramos este 2021 el Año Europeo del Ferrocarril. La UE decidía hace unos meses reivindicar un medio de transporte, como es el tren, sostenible, seguro y garante de la vertebración del territorio sobre todo, y que facilita la movilidad en aquellas zonas menos pobladas, las rurales. Mientras el resto del continente protege y defiende el ferrocarril, en España, no se si por seguir jactándonos de aquel concepto de la diferencia, el actual Gobierno, con la complicidad del resto de administraciones, le ha declarado la guerra a nuestro tren. Ya hace un año, advertíamos de la supresión de frecuencias en la línea Madrid-Cuenca-Valencia, alertábamos de que se seguían cancelando servicios a medida que pasaban los meses, hasta llegar a la tremenda situación en la que nos encontramos ahora, hemos estado semanas sin que circulara ni un solo tren por esta provincia y, aún hoy, seguimos incomunicados con Valencia.
Las excusas desde Adif para justificar y tapar lo que a todas luces son los primeros y muy firmes pasos para dejarnos sin tren son de lo más peregrinas. Primero fue la pandemia. Mientras el resto de Europa ha sido un ejemplo de cómo los gobiernos han aprovechado el tren como un medio de transporte para el suministro de alimentos y medicinas en esta situación límite que llevamos viviendo desde hace un año, en España, en Cuenca, la autoridad competente en vez de aprovechar la infraestructura y reforzarla decide que es mucho mejor suprimir el servicio. Alcaldes y colectivos protestan, preguntan por qué esa inquina por nuestro tren tradicional. Adif se encomienda al coronavirus y la Junta y la Diputación a asegurar que están enterados de lo que pasa y que se cartean, como si de un romance del siglo XIX se tratara, con el Gobierno de España. El tiempo pasa y el tren no. Luego llegó Filomena y sus nieves. Mientras de todos es sabido la seguridad que ofrece el ferrocarril ante las inclemencias meteorológicas, Adif, en otro alarde de sabiduría sin paragón, deja a Cuenca incomunicada, no los tres días más intensos de la borrasca, sino semanas. Y suma y sigue, porque hasta hoy, es imposible viajar en nuestro ferrocarril tradicional hasta Valencia.
En la provincia de Cuenca nos hacen celebrar, pues, este Año Europeo del Ferrocarril suprimiendo nuestro tren. Reactivar y apostar por este medio de transporte no sólo significa mantener y rentabilizar el servicio, sino procurar a los pasajeros unos horarios racionales, que animen a desplazarse en tren, e invertir además en el mantenimiento de las vías y las estaciones. Hablando de estas últimas, de las estaciones, tengo que insistir una vez más en la deplorable falta de compromiso y de apuesta por la provincia que ha demostrado la Diputación al anular el proyecto Serranía en Vía, una iniciativa proyectada y presupuestada durante mi última etapa como presidente de la institución y de la que solo se ha salvado la rehabilitación de La Melgosa. Por cierto, también teníamos un proyecto de Tren Turístico del que nunca más se supo.
El problema y la afrenta de las instituciones con Cuenca es si cabe mayor. Asistimos a un bloqueo total de infraestructuras para la provincia, comprobable en las Autovías de Teruel, de la Alcarria y del Júcar, que se han convertido ya en eternas promesas de los actuales gobiernos, extensibles estos propósitos, solo de palabra, a otras carreteras de la red autonómica y provincial.
El tren convencional lleva siendo parte de nuestro paisaje desde hace 150 años (la estación de Cuenca comenzó a dar servicio en 1885). Hoy en pleno siglo XXI, es inconcebible cerrarla y evadirnos de la responsabilidad de que, por toda la provincia, estos edificios sigan hundiéndose. Dejar morir el tren refleja la desidia de unos gobernantes que ni creen en la cohesión y vertebración del territorio y mucho menos en activar herramientas para la lucha contra la despoblación.
No debería de hacernos falta que Europa nos recuerde el valor del ferrocarril. Algunos ya los incluimos en nuestra agenda política hace unos años, con una apuesta clara y generadora de oportunidades. Otros, sin embargo, sólo buscan excusas y hacen pública una preocupación vacía por la situación, para salir del paso. Mucho hablar de nuestros pueblos y del mundo rural, de despoblación, de sostenibilidad, pero si hay que dar la cara y defender lo que ya tenemos, como es el ferrocarril, miran para otro lado. Cuando se acerquen de nuevo las elecciones, eso sí, intentarán subirse al tren del oportunismo, aunque, para entonces, quizás lleguen demasiado tarde.