El alquiler de la vivienda es uno de los elementos que componen el índice de precios al consumo, que empujan al alza o contienen la ya ubicua inflación. No está siendo, ni mucho menos, el elemento que más está desestabilizando este indicador a día de hoy, muy tensionado por los productos energéticos o las consecuencias de la invasión de Ucrania. Hasta el mes de julio, en Galicia, los alimentos han sumado un incremento diez veces superior a las cuotas del arriendo de viviendas, por ejemplo. Pero sí es cierto que éstas no han dejado de crecer ininterrumpidamente desde el mes de julio de 2015, como constata el Instituto Galego de Estatística (IGE). Un quebranto para los más de 150.000 hogares gallegos que pagan por una vivienda que no es de su propiedad, y especialmente por las familias más jóvenes o las unidades unipersonales. El Observatorio da Vivenda de Galicia, elaborado por el Instituto Galego da Vivenda e Solo, ha arrojado una nueva cifra récord de los precios del alquiler: 463,3 euros mensuales. Para los trabajadores menores de 35 años, el pago de estas cuotas supone un esfuerzo titánico, que alcanza hasta la mitad de sus ingresos.
El sueldo que promedia este grupo de edad –desde los 18 a los 35 años– ronda los 11.600 euros al año, por debajo del actual salario mínimo interprofesional (SMI) debido a contratos parciales o con baja remuneración. Si extrapolamos esta retribución a un reparto mensual, con catorce pagas, el resultado es palmario: 830 euros para satisfacer esa cuota media de 463 euros. Incluso en el caso de los menos junior –el tramo entre 26 y 35 años–, como constatan los registros de la Agencia Tributaria, el pago del alquiler se come el 40% de su renta personal por trabajo. El propio Banco de España, una de las instituciones que más aboga por un pacto rentas para contener el avance de la inflación, recomienda no destinar más del 35% de los ingresos al pago del alquiler o de la hipoteca, aunque otras casas de análisis estiman que lo más adecuado sería no superar el 25%. Es un objetivo imposible de alcanzar para quien se acaba de incorporar al mercado laboral, o quien lleva en torno a una década dentro de él.
Para satisfacer ese consejo de la institución monetaria, y contando con una hipotética congelación de las cuotas de alquiler, los ingresos de un asalariado que viva como arrendatario deberían rondar los 1.350 euros, significativamente por encima del SMI. Solo en los últimos cinco años, tomando como referencia la estadística oficial de la Xunta, el coste del alquiler se ha revalorizado en Galicia de media en algo más de un 20%. En el mismo periodo, no obstante, los ingresos de los menores de 35 han medrado en cinco puntos menos, de modo que la horquilla continúa ensanchándose.
POR CIUDADES
Claro que las diferencias son notables entre las principales ciudades gallegas, con problemas múltiples en todas ellas: falta de oferta, presión del circuito de alquiler vacacional o desconfianza del propietario. El coste en Vigo se acerca ya a los 550 euros al mes, como certifica la administración autonómica. En comparación con el ejercicio 2014, por ejemplo, los precios se han encarecido en más de 1.500 euros al año, importe al que hay que sumar el desembolso de la fianza, seguros o un aval bancario. La urbe menos asequible es la de A Coruña, con 533 euros mensuales; Ferrol, con cerca de 380 euros, es la más económica.
La mayoría de los contratos firmados en lo que va de año –los registrados oficialmente, cuyas fianzas se depositan en Vivenda, ascendieron a cerca de 18.000– oscilaron entre los 300 y los 500 euros mensuales. Los superiores a los mil euros de cuota fueron testimoniales, pero también los hay (1.600).