Antes de decidir abandonar el país acorralado por sus negocios, muchas veces se dio por seguro que el rey emérito se instalaría en las Rías Baixas. Así era su vida «discreta» en la villa.
Hace apenas seis meses saltó el rumor por última vez. Juan Carlos I había decidido instalarse en Sanxenxo. Era la enésima vez que un periodista de La Voz recorría la villa y rastreaba sus contactos para saber si era cierto que el rey emérito fijaba su residencia en las Rías Baixas. Sus visitas cada vez eran más frecuentes y en el Náutico le acogían con los brazos abiertos cada vez que quería disfrutar de una de sus pasiones, la vela. A pesar de ser un destino turístico, la villa de O Salnés le permitía llevar una vida discreta.
En sus primeras estancias en Sanxenxo se alojaba en una casa rural en la Casa do Sear, cerca de la playa de Areas. Pero en los últimos años se quedaba en la casa de su amigo Pedro Campos, a quien le une la pasión por el mar y la vela. El presidente del Náutico, compañero de tripulación, es además de su anfitrión, amigo personal y una de sus personas de confianza. «Su vinculación con Sanxenxo es por las regatas, la vela es su mundo, viene a entrenar, también vamos a Baiona, San Vicente y ahora intentaremos fijar alguna etapa en la ría de Vigo o Arousa», confesaba Campos a La Voz a finales de febrero. La regata que llevaba su nombre era una cita ineludible cada verano. Pero con el paso de los años las visitas por motivos deportivos se fueron sucediendo más allá de la agenda institucional y así se fortalecieron sus lazos con las Rías Baixas. Desde su abdicación, sus estancias en Sanxenxo se multiplicaron y alargaron, hasta el punto de que en varias ocasiones se barajó que ya estaba casi establecido. Allí «se siente querido y respetado», apuntaba ya Pilar Eyre antes de que estallase toda la tormenta política y judicial sobre sus negocios.
Apenas se le veía haciendo vida por Silgar. Si no estaba a bordo del barco, el emérito solía permanecer en el Náutico, donde se relajaba entre regata y regata tomando una copita de Ribera del Duero o agua o café cuando tocaba el desayuno del comité de regatas. Cualquiera de los socios del club estaba acostumbrado a verlo en las instalaciones. En la vitrina del comedor de la tercera planta del club descansan el trofeo de la Copa del Mundo de 6 metros y el de Europa. Dicen que en cada visita Juan Carlos I se acercaba a verlos, porque se sentía orgulloso de haberlos ganado y se había encargado personalmente de supervisar la placa que recoge el logro deportivo en el 2019. Y es que fue precisamente en Sanxenxo donde volvió a reencontrarse con el mar en el 2105 después de su operación.
A la hora de la cena era la oportunidad para conocer más lugares de la provincia. Era cuando podía salir fuera, porque de día los entrenamientos deportivos consumían la mayor parte de las horas. En los últimos años, aprovechando sus estancias en Sanxenxo, ha pasado por restaurantes de O Grove, Vigo, Pontevedra, Baiona y Cuntis, por citar unos pocos. Y en la carta había un marisco que siempre estaba entre sus preferencias: los percebes. Otra de sus paradas habituales en las Rías Baixas era Baiona. Su lugar de referencia era el Monte Real Club de Yates. Allí se reunía con amigos y almorzaba en jornadas vinculadas a las competiciones deportivas. Una de sus últimas estancias fue en el 2018. En marzo, coincidiendo con las fiestas de la Arribada, comió con unos amigos en el restaurante Rocamar. Meses más tarde, ya en verano, el rey emérito decidió estrenar en sus aguas el nuevo Bribón, un velero de clase 6m que habían reformador en el astillero Rodman de Vigo para ada.
Juan Carlos I acudió en sus funciones como jefe del Estado en numerosas ocasiones a Galicia: a Marín, a la entrega de reales despachos por el día del Carmen; a Santiago, por el día del Apóstol, y un largo etcétera. Su idilio con Sanxenxo se remonta al 2000, cuando visitó la villa y lo llevaron a comer a Casa Checho, en la isla de Ons. La Voz de Galicia contó que, ese día, el rey emérito saludó a todos los camareros y cocineros. La capital turística de O Salnés era la única cita fija en su agenda después de desvincularse de la actividad de la familia real. Allí era un vecino más. Y presumía de que «en Galicia nunca chove».