EEUU se encuentra en medio de lo peor de dos crisis relacionadas y simultáneas: el coronavirus está dejando de nuevo más de mil muertos diarios, y el PIB del segundo trimestre se desplomó un 32,9%, con el desempleo creciendo de nuevo. En esas circunstancias, el presidente, Donald Trump, al que las encuestas pintan un panorama muy oscuro, ha decidido lanzarse a la desesperada a la última opción que le queda: pedir un aplazamiento de las elecciones, que no depende de él, alertando de un supuesto «fraude» si los ciudadanos optan por votar por correo masivamente para evitar posibles contagios en los colegios electorales.
«Con un voto por correo universal (no voto por correo para ausentes, que es bueno), las elecciones de 2020 serán las más fraudulentas e inexactas de la historia. Será una gran humillación para EEUU. ¿Aplazamos las elecciones hasta que la gente pueda votar propiamente, con seguridad y seguramente? [sic]», tuiteó el presidente. Hay que recordar que Trump y gran parte de su equipo en la Casa Blanca votan por correo, y que Twitter ya corrigió varios de sus tuits alertando sin fundamento sobre supuestos fraudes en el voto por correo que nunca se han producido. Además, el propio Partido Republicano recomienda a sus votantes pedir una papeleta por correo si pueden.
Pero su insistencia ha conseguido crear una división partidista histórica en este sistema de voto que muchos estados han utilizado durante décadas sin problema alguno. En Florida, un estado clave, la diferencia de solicitudes de voto por correo entre militantes de ambos partidos ha pasado de estar igualada a beneficiar a los demócratas por más de medio millón de votantes. Y en Carolina del Norte, las solicitudes republicanas se mantienen en niveles de 2016, mientras que las demócratas y de votantes independientes se han disparado más de un 1.000%.
¿Puede hacerlo?
El problema del mensaje es que Trump no tiene la potestad de cambiar la fecha de las elecciones él solo. El sistema electoral estadounidense es una compleja amalgama de leyes estatales, leyes nacionales y artículos constitucionales, todos ellos fuera del alcance del presidente. Y la fecha de las elecciones está fijada por la ley 2/1845 de 23 de enero, que establece la jornada electoral «el primer martes después del primer lunes de noviembre», que este año coincide con el día 3. Y absolutamente nada hace indicar que los demócratas, que controlan la Cámara de Representantes, estarían dispuestos a cambiar esta ley ahora mismo.
De todas formas, lo que Trump no puede aplazar de ninguna manera es la fecha en la que legalmente dejará de ser presidente, que será el 20 de enero de 2020 según establece la Constitución. Si para entonces no se han celebrado las elecciones, el próximo presidente del país sería el senador demócrata Patrick Leahy, como senador más veterano del partido que estaría en la mayoría -el demócrata- si la actual Cámara Alta se queda sin los senadores que tienen que revalidar este año su escaño. En ese caso, el Senado pasaría de tener 53 republicanos y 47 demócratas y aliados a tener 35 demócratas y aliados y solo 30 republicanos. Y Leahy, de 80 años y senador desde 1975 por Vermont -compañero de Bernie Sanders- llegaría a la Casa Blanca de forma interina hasta que se celebraran las elecciones.
Esta petición, aun imposible, da la razón a su rival demócrata, Joe Biden, que ya advirtió en abril de que Trump intentaría este movimiento si se ve perdiendo. Como mínimo, para intentar deslegitimar los comicios: hace dos semanas, se negó a responder cuando un entrevistador de la cadena Fox News le preguntó si reconocería el resultado electoral si pierde. «Ya veremos», dijo.
Las encuestas siguen clavadas en los niveles donde llevan los últimos dos meses, con Biden liderando por cerca de 9 puntos de media y por más de 13 puntos en los sondeos considerados más fiables, además de ser el favorito en prácticamente todos los estados clave que necesita ganar para ser elegido. Trump insiste en que las encuestas son falsas, pero no parece estar del todo tranquilo.