retirada de sus tropas de combate de Irak. Así lo confirmaron el lunes el presidente estadounidense, Joe Biden, y el primer ministro iraquí, Mustafa al Kazemi, tras una reunión entre ambos mandatarios en el Despacho Oval de la Casa Blanca, donde confirmaron que los soldados regresarán a finales de año. La decisión llega tras 18 años de presencia continuada en el país a excepción de un paréntesis de tres años cuando Barack Obama ordenó la retirada de tropas en 2011.
Pero esta salida no implica el abandono total de Irak. Allí permanecerán un número de soldados todavía sin concretar para «asesorar y entrenar» al Ejército iraquí ante la amenaza del terrorismo del autodenominado Estado Islámico. «Nuestro papel en Irak será estar disponibles. Continuaremos entrenando, asistiendo, ayudando y lidiando con el ISIS, pero no vamos a estar a final de año en una misión de combate. Estamos comprometidos con nuestra cooperación en materia de seguridad«, prometió Biden.
Actualmente, hay 2.500 soldados estadounidenses en Irak, lejos de los 170.000 que había en 2007 después de la invasión ordenada por el presidente George W. Bush bajo el pretexto, demostrado falso, de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva. Una parte se quedará en el país para hacer frente, aunque en principio con otro rol diferente, a las amenazas militares, entre las que se incluyen las milicias chiíes aliadas con Irán, que en los últimos meses han redoblado los ataques contra las tropas estadounidenses.
Rechazo hacia Washington
El acuerdo ha supuesto un espaldarazo para al Kazemi, que confía en celebrar las elecciones en octubre para elegir al Parlamento del que saldrán el futuro presidente y primer ministro. Este movimiento coordinado con su homólogo estadounidense le permite ganar posiciones sobre las facciones políticas chiíes, que se han posicionado de manera firme contra la presencia de EEUU en el país.
«Nuestra nación ahora es más fuerte que nunca», ha afirmado el dirigente iraquí, que asumió el cargo en mayo de 2020 después de que su predecesor, Adel Abdelmahdi, dimitiera en noviembre de 2019 en medio de violentas protestas en todo Irak, en las que murieron alrededor de 600 manifestantes por la represión policial.
El rechazo a la presencia de Washington en Irak creció después de que Trump ordenara en enero de 2020 el asesinato del general iraní Qasem Soleimaní en un ataque cerca del aeropuerto de Bagdad, que grupos chiíes iraquíes consideraron como una violación de la soberanía de su país. Tras este ataque, el Parlamento iraquí aprobó una resolución para exigir al Ejecutivo la salida de las tropas. Pese a carecer de poder vinculante, el mensaje era claro.
Temor a grupos armados
«Algunos (sectores) ven que Irak aún necesita apoyo estadounidense y de sus tropas de combate para hacer frente a los remanentes del Estado Islámico que siguen activos en algunas zonas, ya que aún hay células de este grupo terrorista», ha advertido Nazcélulasem Ali Abdalá, experto del Foro Árabe para Análisis de Políticas Iraníes a Efe.
Según el analista, las milicias chiíes y grupos armados «vinculados a agendas externas» pueden aprovechar la situación para «tomar el control del país o empezar una lucha entre ellas», algo que convertiría Irak en «un infierno». En su opinión, los que más temen las consecuencias son los musulmanes suníes, cuyas áreas están controladas por milicias chiíes bajo el pretexto de la lucha contra el EI; y la minoría kurda, principal aliado de Washington, que fue blanco de la violencia durante el régimen de Sadam y posteriormente a manos de la red terrorista Al Qaeda.