Es el objeto hecho por humanos que más lejos ha llegado en el Universo
En 1977 con diferencia de dos semanas se lanzaron desde Cabo Cañaveral, Florida, dos sondas robóticas: las naves gemelas Voyager 1 y 2.
Aunque la Voyager 2 inició su viaje antes que su hermana, la Voyager 1, está más lejos gracias a los impulsos gravitacionales que tuvo en su trayectoria por el sistema solar.
En agosto de 2012 la Voyager 1 se convirtió en la primera nave en cruzar la heliopausa: el lugar en el que se acaba la influencia del Sol, la orilla del sistema solar, luego, la Voyager 2 llegó ahí en 2018.
Desde entonces esas dos sondas robóticas construidas en la Tierra se han vuelto los primeros objetos humanos en explorar el espacio interestelar.
Misión imposible
El objetivo inicial del programa Voyager de la NASA, era hacer sobrevuelos de exploración en Júpiter, Saturno y sus satélites.
Mucho de lo que sabemos sobre el clima, el comportamiento de la atmósfera y los campos magnéticos de esos planetas, se lo debemos a estas misiones.
Así también supimos que Ío, una luna de Júpiter tiene volcanes activos y supimos más sobre los anillos de Saturno.
Pero además de todas esas observaciones y fotografías increíbles que nos mandaron, esas dos naves no terminaron su misión ahí: continuaron viajando.
Entonces pasaron a formar parte de la Misión Interestelar Voyager con la que se busca extender la exploración del sistema solar, hasta sus límites y más allá.
Mensajes desde el espacio profundo
Si estas sondas han seguido su viaje después de 44 años, es porque tienen un suministro de energía muy duradero.
A diferencia de otras misiones que han usado paneles solares para tener energía, estas dos sondas usan energía nuclear para mantener funcionando todos sus sistemas.
La Voyager 1 tiene tres generadores termoeléctricos de radioisótopos, que son como baterías, que usa las reacciones de desintegración nuclear del plutonio, para generar electricidad.
Eso ha hecho posible que continúen sus comunicaciones con nuestro planeta, incluso a una distancia de 152 unidades astronómicas: unos 22,000 millones de kilómetros.
Pero para que la información que manda las sondas Voyager sea captada en la Tierra se necesita que alguien esté escuchando: eso es lo que hace la Red del Espacio Profundo (Deep Space Network).
Esa es una red internacional de antenas de radio, hecha justamente para apoyar las comunicaciones con misiones espaciales interplanetarias. Y ahora interestelares.
Sonidos interestelares
Examinando esos datos que vienen de las afueras del sistema solar, hemos encontrado algo que quizá no esperábamos.
Recientemente se publicó en Nature Astronomy un artículo que describe las señales que manda la Voyager 1 a la Tierra, en las que se puede escuchar algo como un zumbido constante en ese espacio interestelar.
Aunque podríamos pensar que lejos de la influencia del Sol, el espacio está casi completamente silencioso y sereno, estas señales, aunque tenues y monótonas nos muestran que tal vez ese lugar, ni está tan vacío, ni tan quieto.
Este tipo de información permite entender cómo se comportan la materia interestelar formada de gases y plasma.
Así que definitivamente la misión de la Voyager 1 no ha terminado, y mientras su corazón de plutonio no se apague, seguirá enviando mensajes para contarnos su aventura.